De sueños
vive el hombre. Y la mujer. Eso bien lo sabe Karl Lagerfeld. El Grand Palais ha
vivido auténticos espectáculos en los apoteósicos desfiles de Chanel, pero
nunca hasta ahora este emblemático edificio de París había albergado algo tan
impensable como un supermercado. Así, la ironía y la moda caminaban juntas esta
mañana en lo que Lagerfeld ha bautizado como #ChanelShoppingCentre: un auténtico
centro comercial para ejercer de escenografía para su colección de
otoño-invierno 2014/2015. En él, los asistentes podían ver todos los productos
disponibles en un supermercado ordinario, con un twist Chanel: Coco Flakes,
aceite de oliva La Gabrielle, jamón de Jambon Cambon, Tweed Cola, detergente
Coco Carbone… y como era de esperar, el público enloquecía. Instagram se
saturaba para mostrar el pan tostado que encandilaba a Simone Marchetti, el
arroz Coco Rico con el que posaba Eva Chen o las alfombrillas con el lema
Mademoiselle Privé inmortalizadas por Jessica Michault, y Chanel conseguía
alcanzar el status de trending topic sin que sus modelos hubieran pisado aún la
pasarela. ¿En qué cabeza cabe que una cesta de la compra pueda ser un
reversionado bolso 2.55? La respuesta se antoja obvia.
Se mira pero
no se toca. Ese era el único reclamo de la organización a los asistentes que,
tras un aviso de megafonía, se iban sentando para ver comenzar el desfile. Y
como era de esperar, Karl volvía a demostrar que a pesar de pertenecer a la
industria desde hace medio siglo y haber conocido los tiempos más dorados de la
Alta Costura, es consciente de su tiempo y de la evolución de éste. Las modelos
no llevaban tacones de 12 centímeros: llevaban sneakers metalizadas, de tweed o
incluso en caña alta. Las prendas no eran imposibles: veíamos abrigos de corte
masculino, siluetas cocoon en chaquetas abullonadas y tracksuits que en
ocasiones se dejaban recortar por agujeros troquelados que conseguían –no
sabemos si intencionadamente– un efecto homeless. Cara Delevingne –minutos
antes de salir a saludar junto al káiser– paseaba con el pelo recogido en un
ponytail plagado de pañuelos mientras elegía un chaleco de primeros auxilios o
un rodillo de pintura, y Saskia de Brauw desfilaba con un conjunto de en blanco
y gris que también adelantaba una declaración de intenciones: este invierno,
los pitillo vuelven... ¡en tweed!
Karl ya ha conseguido
que las propuestas de Chanel, independientemente de las prendas, se aseguren el
éxito por adelantado. Por el camino, ha sabido tomar ventaja de las redes
sociales –en lugar de un carrusel, las modelos caminaban a centímetros de
distancia charlando entre ellas mientras elegían sus productos favoritos de las
estanterías– y a la vez conquistar a los insiders con puro entretenimiento. Y
si no, que se lo digan a Anna dello Russo, Bryanboy o Susie Bubble, que se
sumergían mintuos después en la marea de gente que intentaba hacerse con un
fromage francés o una caja de copos de avena.Al coger estos gadgets de mercado,
las cajas se descubrían huecas y la magia parecía esfumarse, pero el público
seguía peleando por los productos a modo de souvenirs refrendando la vocación
consumista –y divertida– de la moda. Si no fuera porque a la salida, los
miembros de seguridad confiscaban el motín, el sueño se habría antojado eterno.
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