viernes, 22 de agosto de 2014

paris fashion week





 

De sueños vive el hombre. Y la mujer. Eso bien lo sabe Karl Lagerfeld. El Grand Palais ha vivido auténticos espectáculos en los apoteósicos desfiles de Chanel, pero nunca hasta ahora este emblemático edificio de París había albergado algo tan impensable como un supermercado. Así, la ironía y la moda caminaban juntas esta mañana en lo que Lagerfeld ha bautizado como #ChanelShoppingCentre: un auténtico centro comercial para ejercer de escenografía para su colección de otoño-invierno 2014/2015. En él, los asistentes podían ver todos los productos disponibles en un supermercado ordinario, con un twist Chanel: Coco Flakes, aceite de oliva La Gabrielle, jamón de Jambon Cambon, Tweed Cola, detergente Coco Carbone… y como era de esperar, el público enloquecía. Instagram se saturaba para mostrar el pan tostado que encandilaba a Simone Marchetti, el arroz Coco Rico con el que posaba Eva Chen o las alfombrillas con el lema Mademoiselle Privé inmortalizadas por Jessica Michault, y Chanel conseguía alcanzar el status de trending topic sin que sus modelos hubieran pisado aún la pasarela. ¿En qué cabeza cabe que una cesta de la compra pueda ser un reversionado bolso 2.55? La respuesta se antoja obvia.
Se mira pero no se toca. Ese era el único reclamo de la organización a los asistentes que, tras un aviso de megafonía, se iban sentando para ver comenzar el desfile. Y como era de esperar, Karl volvía a demostrar que a pesar de pertenecer a la industria desde hace medio siglo y haber conocido los tiempos más dorados de la Alta Costura, es consciente de su tiempo y de la evolución de éste. Las modelos no llevaban tacones de 12 centímeros: llevaban sneakers metalizadas, de tweed o incluso en caña alta. Las prendas no eran imposibles: veíamos abrigos de corte masculino, siluetas cocoon en chaquetas abullonadas y tracksuits que en ocasiones se dejaban recortar por agujeros troquelados que conseguían –no sabemos si intencionadamente– un efecto homeless. Cara Delevingne –minutos antes de salir a saludar junto al káiser– paseaba con el pelo recogido en un ponytail plagado de pañuelos mientras elegía un chaleco de primeros auxilios o un rodillo de pintura, y Saskia de Brauw desfilaba con un conjunto de en blanco y gris que también adelantaba una declaración de intenciones: este invierno, los pitillo vuelven... ¡en tweed!
Karl ya ha conseguido que las propuestas de Chanel, independientemente de las prendas, se aseguren el éxito por adelantado. Por el camino, ha sabido tomar ventaja de las redes sociales –en lugar de un carrusel, las modelos caminaban a centímetros de distancia charlando entre ellas mientras elegían sus productos favoritos de las estanterías– y a la vez conquistar a los insiders con puro entretenimiento. Y si no, que se lo digan a Anna dello Russo, Bryanboy o Susie Bubble, que se sumergían mintuos después en la marea de gente que intentaba hacerse con un fromage francés o una caja de copos de avena.Al coger estos gadgets de mercado, las cajas se descubrían huecas y la magia parecía esfumarse, pero el público seguía peleando por los productos a modo de souvenirs refrendando la vocación consumista –y divertida– de la moda. Si no fuera porque a la salida, los miembros de seguridad confiscaban el motín, el sueño se habría antojado eterno.

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